lunes, 2 de noviembre de 2020

 

Calaveras

I

Pasaditas de las siete

la huesuda descarada

abrió la puerta chirriante

organizando la entrada,

ya tengo puesto el café

traigo vino y ensalada,

que vamos a tallerear

hasta muy de madrugada.


II

Rosario y Ana María

no pregunten por la hora

van derecho al cementerio,

también su coordinadora

y Gloria no te me escondas

sal pronto de la oficina

que en menos de diez minutos

se transforman en catrinas


III

¡Ay!, maestro por mi parte

no he venido aquí a jugar

si no editas mis escritos

nunca voy a publicar

y a la Irma ya le debo

dos mil de mensualidad.


IV

Como huesuda y catrina

también soy intelectual

me gusta leer sus cuentos

novelas y echar el chal,

así que en el camposanto

les voy a instalar wi fi,

pa, que conecten sus redes

y también su celular

-Humberto  2020-

 

Calavera


La calaca merodeando

al Ágora llegó

de arriba a abajo buscó

pero a nadie se topó.

La flaca sola pintando

nadie en el salón está

faltan maestros y alumnos

el riesgo los encerró.

La pandemia no termina

la parca ya se cansó

por el ágora camina

con acuarela y papel

ya pintora se volvió.


Ana María

SILENCIO

Deseo permanecer quieta,
a oscuras y en silencio,
encerrada en mi presente.
En tranquila soledad.
En estado de contemplación,
Solo con mi respiro.
La Paz entra a mi cuerpo,
Exhalo mis demonios,
lo hinchado y lo que duele.


Venga la quietud 
la luz sanadora,
vengan Los Ángeles
con su tenue aliento,
la brisa de la noche ,
el mensaje sereno de Dios 
a la hora de partir.


Irma Celaya  -Julio de 2017-

jueves, 22 de junio de 2017

CRISÁLIDA DE RUBÍ

Por Arthur Zombiellegas


Acariciando la tierra
y tu piel,
con besos de fuego y azafrán.
Engalanada con espirales de helio
y de lava,
sobre una celeste telaraña
se postra una crisálida de rubí.

Derrite los montes
de alfileres frígidos y albos
y extrae el jugo
de los dátiles del Sahara.

Hace que la arena sea flama hecha polvo
y los líquidos cristales,
se desvanezcan en inciensos invisibles.

Sus lágrimas de atardeceres,
los amorfos danzantes de carmín,
vuelven ceniza al álamo y al sauce.

Tapiza de esmeralda las alas del quetzal
Y a la pantera la cubre de obsidiana
Para luego anunciar la retirada del muerciélago.

Rueda por su telaraña,
desde la isla de los botones de cerezo
hasta la desierta caricia del poniente.

Nace en las tierras
de la seda y el arroz,
cae en un sueño de color aguamarina,
se ahoga
en el salino llanto de los corales.

Espera quebrarse un día
y que de ella,
emerja un ser,
que tenga por alas
luciérnagas y llamas,
para iluminar
toda la estera infinita
en la que ruedan

perlas liquidas, sólidas y de neblina.

miércoles, 14 de junio de 2017

¿Qué es para mí ser un escritor?

Por Rosario Adela Fierro Caro, "Nené ".

Esta pregunta me lleva a enfrentar el miedo a una hoja en blanco.
Llegar a expresar un mundo de líneas, palabras, frases, anécdotas, llenas de humor, nostalgia, alegría, amor.
El ser escritor me lleva a escribir anécdotas de mi vida, graciosas y tristes, trasladándome al pasado y expresar así, imprimiendo en una hoja en blanco. Me hace perder el miedo a la vez que veo una luz al expresar, escribir, cada párrafo lleno de color y melodía, llenándome de alegría.
Al ir escribiendo van apareciendo esas sinfonías convertidas en letras y palabras, las cuales al juntarlas expresan toda una vida.
Unas líneas lo dicen todo:

                ¿Porque soy escritor?

Mis letras ausentes,
mis palabras gritando,
mi mente diciendo cosas, imágenes,
mi hoja en blanco,
mis manos aun vacías.

Pasa el tiempo,
horas, días, semanas,
y mi cuaderno aun sin escritos.

Pienso,
las ideas no vienen,
las palabras gritando
sin decir nada concreto.
Estoy platicando con mi mente,
aun no dice nada,
repite lo mismo,
llevo diez renglones con lo mismo.

Esos días de enero
han sido muy raros,
mi mente aun en blanco,
me he sentido mal,
la mayor parte del día duermo
y la otra también,
mis ideas no sé dónde están,
mi casa es un desorden,
mis hijos preocupados sin saber por qué.

Hoy fue un día
he salido desde la mañana
y no quiero regresar todavía,
después de esos días
sin saber qué me pasa.

Pero aquí estoy
escribiendo unas palabras, frases, decir algo.

Aun mi cabeza loca,
este dolorcito sin quitarse,

pero aún estoy aquí. 

miércoles, 7 de junio de 2017

Depresión

Por Irma Celaya

Vacío lacerante,
silencio perpetuo,
lastimosa oscuridad,
tiempo en desasosiego.

Imágenes vagas,
senda borrascosa,
destino incierto,
desenlace fatal.

miércoles, 24 de mayo de 2017

La búsqueda

Por Victor A. H. Segura

—¡Klaseck! —gritó Wallar, encantado con el libro que llevaba en la mano. La portada decía: “Brevísima historia del tiempo”, por Stephen Hawking—. Mira lo que encontré. Tal vez hallemos algo más sobre Él en este libro.
Klaseck hizo un gesto de fastidio y siguió arrojando libros al suelo, tras leerlos completos en cuestión de segundos.
Ante el poco entusiasmo de Wallar, comenzó a ojear el libro, deteniendo su lectura sobre las en frases que le llamaban la atención.
Atraía su curiosidad especialmente las teorías obsoletas sobre física. Con todos sus estudios en la matriz de enseñanzas de física y química Queluec encontraba risible la poca evolución de la humanidad en sus millones de años de existencia. Había sido muy fácil someterlos con los rayos de antimateria a base de hidrina.
Igualmente, fascinante era la extraordinaria coincidencia dentro del sistema caótico del universo causante de que dos planetas alejados por más de doscientos millones de años luz compartieran los mismos vocablos y sistemas de comunicación escrita. Aunque virtualmente imposible, era así. Ambos sistemas de comunicación de los planetas eran idénticos; esto había hecho más difícil el sometimiento, pero por fortuna los sistemas de supresión de emociones habían logrado evitar que los soldados cesaran sus ataques.
Pero no era su interés en la débil composición estructural de los humanos, o el suceso minúsculamente probable lo que fastidiaba a su compañero de exploración Klaseck, sino su fascinación por Él; era evidente que a él por el contrario le daba miedo.
—Oye Wallar —preguntó Klaseck, arrojando el último libro sobre los muchos que yacían en el suelo de las ruinas de esa biblioteca—. He estado pensando, ¿qué haremos si Él regresa?
—Pues, yo mismo he tenido sueños con ello —respondió Wallar, luego de haber pensado unos segundos—. Me fascina la idea de encontrármelo, pero a la vez me aterra. Si Él decide defender la tierra, estaremos en problemas, la resistencia de los remanentes disidentes sería bastante… problemática. Tú mismo leíste de lo que era capaz.
—Aun me sorprende que pueda existir un hombre con esas capacidades —Los ojos blancos de Klaseck temblaron del miedo antes de cerrar los parpados verticales en muestra de incomodidad.
—A mí me encanta —expresó Wallar, con el propósito molestarlo.
Wallar ignoró la mirada de molestia de su compañero y arrojó a la pila el libro que hacía unos segundos había revisado. Sin dirigirle más palabras siguió paseando buscando entre las estanterías en busca de algo que capturara su interés. “El Mio Cid” fue el título que lo hizo lanzar un respingo de inmediato. Lo tomó entre sus manos y lo leyó completo, unos minutos después se decepcionó al no encontrar lo que quería. Rodrigo Diaz de Vivar era de temer, pero no se le comparaba a él.
—Creo que es todo —soltó Klaseck, rompiendo el silencio mientras se acomodaba su cabello blanco—. Aquí no hay diferencia de las demás bibliotecas. Solo está la misma información de Él. La verdad, no sé porque a los altos mandos les preocupa tanto, si claramente la información específica que su ciclo vital terminó al final de su jornada. Es cosa del pasado, al igual que los otros héroes de la humanidad.
—Deberías entenderlo, existe la posibilidad de que Él siga vivo, pues hay textos que describen otro rumbo, aunque esos claramente son apócrifos no podemos correr riesgos. Aunque las fechas son anacrónicas al ciclo natural de vida de un ser humano, no debemos dejar ni una posibilidad; recuerda la existencia de los humanos capaces de vivir mucho tiempo como Matusalén. Si Él siguiera vivo, podría eliminarnos de inmediato. Los altos mandos piensan que no podemos darnos el lujo de perder este planeta. Por eso tenemos que encontrar alguna forma de vencerlo en caso de ser necesario, debería haber por aquí algún registro de sus puntos débiles, además de los obvios. Aunque la verdad, de seguir vivo, yo preferiría mantenerlo así y estudiarlo. Me interesa la habilidad con la que es capaz de resistir tantos golpes sin recibir algún daño serio.
—Estás loco, Wallar.
—¿Loco? Gracioso. Precisamente eso es lo que más me atrae. De Él decían lo mismo —Wallar tomó un libro de la estantería y lo mostró a su colega con cierta solemnidad, como si se lo presentara por primera vez—. Me siento identificado con este hombre humano.
—No tienes remedio —Klaseck se encogió de hombros al ver como Wallar admiraba la portada del libro—. Mejor vámonos, tendremos que buscar más de Él en su tierra natal.
—De acuerdo —aceptó Wallar, sin despegar sus ojos del libro mientras sentía que resplandecían las letras que la adornaban—. Espero encontrarlo pronto. Me da miedo pensar que no lo encontráramos jamás.
—¿Te lo repito? —preguntó Klaseck, ya harto— ¡Se fue! ¡Está muerto!
—Tal vez, pero no siempre lo que se escribe en los libros de historia es real —sostuvo entonces el libro con aun más fuerza, como si por el acto de hacerlo las palabras de su compañero desaparecieran.
—¡Me retiro! Es cansado escucharte —Klaseck se dirigió hacia la salida.
—Si estuviera muerto… —se dijo Wallar, en voz baja—. ¿Por qué todo nuestro ejército le teme desde que se descubrió este texto? Si no lo encontramos, seguramente tendríamos que abandonar la conquista; he oído decirlo a los líderes. Y no los culpo, cualquiera temería a un hombre que es capaz de matar un ejército entero con una sola tajada de su espada.
Ya solo en la biblioteca, Wallar dejó el libro sobre la repisa, lo miró por una última vez y las palabras “Don Quijote de la Mancha” de Miguel de Cervantes Saavedra resplandecieron en su mente.

Se dio la vuelta y salió del lugar, preguntándose si podría ser capaz, de resistir el miedo y la fascinación que le causaría mirar de frente a Don Quijote.